El cuaderno estuvo oculto mucho tiempo pero su poder no se detuvo. Su propietario fue débil y temía asumir su labor por cual existe. Que necios los que huyen de su destino pues no se alejan de otro ser que no sea él mismo. El encapuchado olvidó pero en los sueños recordó, se fue lejos pero cada día se acercó, desapareció su historia pero los remanentes eran tinta que se materializó en palabras y dejaron pistas de lo ocurrido. La historia de un encapuchado y sus mestros mientras su afan por un aprendiz sucumbió todo.
El encapuchado supo siempre donde dejó su cuaderno pero el huir lo alivianó grandemente y vivió normal luego de la desaparición. Es entonces, luego de años que la ausencia de su cuaderno carcomía sus entrañas. Necesitaba volver pues la realidad que adoptó era más dolorosa que su propia mediocridad. En la oscuridad de su habitación, mientras observaba tras la ventana, una figura se materializó en las sombras.
—Siempre te detengo cuando caminas y te hago caminar cuando te detienes— le dijo la voz familiar.
El encapuchado no se inmutó pues sabía quien era.
—La única razón por la que puedas controlarme, Miedo—nombró delatando su nombre— es porque te he escuchado. Ya no me interesa.
Al decirlo la sombra desapareció y el encapuchado se dirigió a la salida de su habitación. Allí percibió un recuerdo que lo llenó de dolor: la pérdida de su hada y la desaparicion del gnomo. Corrió monte adentro donde antes estaba su base. Un lugar que ya no era un jardin, un espacio conquistado por la vegetación. En un árbol ya seco, sus raíces alojaban su cuaderno. Lo recogió y arrancó las páginas última que narraban los eventos perdidos. Las hojas eran obstinadas y muchas se quedaron en el cuaderno. Las arrancadas cayeron en el suelo donde más tarde serían recogidas por el gnomo.
El encapuchado se levantó y se fue junto al cuaderno a un lugar lejos de la base, del Arbol Eterno, de un guardabosque y un águila. Viajó al nido del águila. Un santuario de fósiles blancos y tierras negras donde la vida crece con poder.
Pero no fue solo...
Por Angel Yamil Ortiz Torres © 2018 #43