—Es muy extraño alcanzar a ver una ondina fuera de su mundo— le dijo el encapuchado serio.
La ondina volteó su rostro hacia al encapuchado y al ver más allá al gnomo entendió que se trataban de criaturas mágicas también por lo que no huyó. Las ondina se quedó quieta por unos instantes esperando que el encapuchado continuara con su conversación pero al este no responder no le dio más remedio que comenzar a contar.
—Llevo mucho tiempo en este mundo. Crucé la dimensión pero luego decidí permanecer aquí. Ahora permanezco en esta roca viendo todos los días lo mismo. Sin poder salir de aquí. Sin apenas tener una razón para vivir.
—¿Por qué no buscas tu razón? Vivir en una roca es muy triste— le contestó el encapuchado.
— A nadie le interesa. Apenas han venido a buscarme—dijo la ondina.
—Apenas has venido a buscarte a tí misma. No tienes razón para permitirte tan deprimida. Lánzate, lucha y vive— le dijo el encapuchado.
— No hay razón alguna necesito que me escuchen, que me vean— le dijo algo alterada la ondina.
Al suceder esto, el encapuchado miró al gnomo y este entendió que quería. Mientras la ondina continuaba discutiendo y lamentándose a sí misma el gnomo desapareció de la vista de todos. Entonces el encapuchado actuó.
— Ya es suficiente, estando en lo alto de la roca no podrás ser lo que eres. Una vez me hicieron esto y espero que funcione igual en esta ocasión.
Al decir esto, el encapuchado le hizo señas al gnomo y este la empujó del peñasco hacia el río. La ondina gritó del susto pero comenzó a sentir su corazón a medida que se zambulló a lo hondo del río. Una vez allí, se llenó de energía y continuó su camino.
Desde lo alto del peñasco, el gnomo se encontraba sonriendo.
— Deberías de dedicarte a lanzar personas al vació— dijo sonriendo el encapuchado y continuaron buscando cristales.
Por Angel Yamil Ortiz Torres 2010 © #23
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