— Debes primero subir a lo alto de mis ramas— le dijo el árbol.
El encapuchado lo observó extrañado por unos momentos cuando decidió aceptar. Fue a subirlo pero apenas encontraba una forma. Entonces pudo ver un bejuco colgando del mismo y fue a sujetarse de él. Parecía bastante resistente cuando ya a mitad de alcanzar la rama el bejuco se partió y cayó fuertemente. Pasó trabajo para levantarse nuevamente pero esta vez se vio determinado. Vio que con sus manos podía tocar un hueco del tronco y comenzó a subir a todas fuerzas agarrándose de este. Pudo subir esta rama y entonces pudo darse de lo realmente grande que era dicho árbol. Luego de unos instante de pensarlo, continuó subiendo con dificultad. Cada rama era mucho más difícil de subirla. Estaba ya casi en la cima cuando el árbol lo interrumpe.
—Recoge ese cuaderno de arriba, una vez un poeta subió ahí y presenciando los hermosos paisajes del su alrededor no se creyó capaz de realizar la obra abandonando el cuaderno.
El encapuchado subió hasta donde dijo el árbol y encontró en un hueco producido por las ramas altas un cuaderno algo roto. Lo abrió y se percató que estaba todo en blanco.
— Escribe mis historias en el cuaderno. Mi segunda encomienda es que crees un puente a la tuya propia. Ahora comienza y escribe lo que te tengo que contar.
El encapuchado se sentó en lo alto del Árbol Eterno y presenciando aquel mágico paisaje comenzó a escribir.
Por Angel Yamil Ortiz Torres 2010 © #21
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