martes, 28 de diciembre de 2010

Tesoros del Amor y la Guerra

La Dama continuaba siguiendo al gnomo hasta lo alto de la montaña. La llevo hasta un peñasco. De ahí se podía apreciar la belleza de la isla. En la costa se veían unos barcos desembarcados pero en todo el camino por la isla, no se habían encontrado con otras personas.

Allí el gnomo se volteó hacia ella y le indicó que se acercara al precipicio. La Dama nerviosa por la altura se acercó con los pies temblorosos.

—¿A qué le temes? ¿Temes a lo desconocido? Quizás tienes miedo al riesgo a arriesgarte.

—Sólo temo caerme.

—Jeje, todos poseemos temor a algo. Mientras más fuertes o preparados estemos más difíciles serán nuestras pruebas. Las respuestas se esconden en lo que ignoramos, olvidamos o negamos creer. Esto crea los seres que hemos ayudado a combatir—le dijo el gnomo y agarró a la Dama por la rodilla.

—¿Te refieres a los demonios?

— No son demonios realmente. Son las sombras de la oscuridad interna de nuestro ser. Para que surjan primero deben conocerlos y luego se convierten en los enemigos de nuestro camino—le dijo el gnomo.

—Entonces debemos acabar con las sombras.

El gnomo se rió en burla y le señaló su sombra.

—Dime en que mundo puedes desaparecer tu sombra. Estos seres andan tras nosotros toda la vida. Tienen una función y sólo se pueden enfrentar lo cual nos hace más fuertes. Enfrentarlos nos conduce a la armonía al crecimiento. Ellos existen para comprender el Amor. Lo que nos conduce y nos da vida. La razón de haberte visto mucho antes de conocerte fue gracias a los designios del Amor. El Amor vive en la victoria constante de enfrentar nuestras sombras—le contó el gnomo y le habló en un tono distinto— Abel estuvo en tu misma situación una vez que tuve que lanzarlo al precipicio.

—¿Abel?— se preguntó a sí misma la Dama cuando el gnomo la lanzó al precipicio.

—Es hora que conozcas los tesoros del Amor y la Guerra—dijo para sí el gnomo y se lanzó también.

Por Angel Yamil Ortiz Torres © #30



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