El encapuchado no se encontraba ajeno de la emoción de la dama y por momentos pensó dibujarla en su cuaderno. Sintió tal inspiración por ello que rápido fue a buscar su cuaderno y comenzó a dibujarla. Mientras lo hacía adquiría alegría y parecía también sentir la emotividad de ella. A todo esto, el gnomo miraba de reojo.
Luego de completar el dibujo, el encapuchado fue a sentarse junto a ella.
—Te pasas aquí por todo esto, ¿verdad?—le preguntó la dama.
—Sí, es el hogar de ellos— le dijo el encapuchado haciéndole referencias al gnomo y al hada.
—Entonces aquí es que puedes crear tu obra, aquí es que vive el que hace nacer las estrellas y crea mundos para los valores.
— Aquí una vez renuncie a seguir, realmente todo lo que somos o queremos hacer reside dentro de uno. Tú debes sentirte igual en el lago...
Hubo una pausa prolongada.
—Debo irme—le dijo la Dama del Lago levantándose.
Luego de unos momentos el encapuchado se levantó y buscó el cuaderno. Entonces abrió un portal y quedaron ambos viéndolo por unos instantes cuando la dama decidió continuar.
—Gracias— le dijo la dama y entró cerrándose el portal.
El encapuchado entonces se sentó en el suelo cuando sintió dentro de sí la voz del Árbol Eterno poniéndose en pié nuevamente. Entendió su mensaje y se dirigió hacia allá. El árbol lo estaba esperando.
—Ya veo que lograste vencer tus sombras—le dijo el Árbol Eterno.
—Todo gracias a ti y a ellos.
—Realmente las gracias son solo a ellos. Yo solo pronuncio palabras escritas en tu alma. La atención de los seres esta en ustedes. Tendrán muchas trampas en el camino y gracias a ello no caerán porque para hacer algo grande se necesita una razón.
—Ya poseo una razón.
—Pero no la certeza de lo que harás. Tu me pediste mi sabiduría, pues te la ofreceré en dos encomiendas. Perpetua nuestra existencia y busca ya espacio en el cuaderno.
El encapuchado abrió rápido su cuaderno y esperó las encomiendas.
Por Angel Yamil Ortiz Torres 2010 © #20